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El 20 de agosto de 2018, una niña de 15 años se sentó delante del Parlamento sueco para exigir un cambio en los parámetros de lucha contra el cambio climático. Lo que parecía una niñería se prolongó durante semanas, tarde tras tarde, y algo empezó a moverse: los jóvenes se sintieron interpelados por su protesta y algunos miles se han empezado a movilizar en más de 300 ciudades del planeta. Greta Thunberg, que así se llama la chiquilla ha sido invitada a la sede de la ONU, se ha reunido con varios líderes mundiales y se ha convertido en una celebridad.
Greta Thunberg nació en 2003, fruto del matrimonio entre la mezzo soprano Malena Emman y el actor Svante Thunberg, y se le diagnosticó síndrome de Asperger (una clase de autismo), trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y mutismo selectivo en 2015, tras una etapa en la que sufrió un episodio depresivo gravísimo.
Después de descubrir lo que le ocurría en realidad, y preocupada cómo estaba por ciertos aspectos del cambio climático, decidió hacerse vegana, desafiando a una familia que en ningún momento había manifestado ningún interés especial en el tema y aprovechando las características específicas de su dolencia, entre las cuales está el hecho de poder centrarse en una única cuestión.
Tras unos años de campaña en su casa, inició las “huelgas escolares” ante el Parlamento Sueco, en algunas ocasiones durante 6 o 7 horas al día, y empezó a impartir cursos sobre el tema del cambio climático, convirtiéndose en una activista reconocida a nivel internacional.
En los últimos meses, Greta se ha hecho mundialmente famosa por sus discursos ante distintos organismos internacionales, en los que, con el desparpajo que sólo un niño es capaz de tener, echa literalmente la bronca a jefes de estado, diputados y activistas. Recientemente, estos discursos han sido publicados en una antología llamada “Nadie es demasiado pequeño para marcar la diferencia”.